
Hagamos una trivia, hagamos una polla. ¿A que ud. no sabía que Papá Noel era Nicola Di Bari?. ¡A que no!; Bueno, claro que no me refiero a ese feísimo prohombre de la canción italiana, sino a San Nicolás de Bari, un sacerdote cristiano de etnia griega nacido en el siglo IV en la actual Turquía, cuyos restos descansan en la mencionada ciudad italiana. La leyenda del Santo está cimentada en ciertas anécdotas: en una ocasión San Nicolás supo que uno de sus vecinos se encontraba en bancarrota y que estaba desesperado por no tener la dote de su hija, comprometida para casarse en una fecha próxima. Al conocer las dificultades de su vecino, Nicolás dejó una bolsa de monedas de oro dentro de una media que estaba secándose, colgada sobre la chimenea. La boda se celebró. San Nicolás, además, se mostraba comprometido con la tarea social y acostumbraba a dar regalos a los niños pobres y huérfanos. Con el tiempo, tomaría fuerza la costumbre de intercambiar regalos en Navidad, con el coincidente de la muerte de Nicolás en el mes de Diciembre. Aunque ésta biografía casi oculta ha sido saqueada, sintetizada y vaciada de su contenido social. Porque resulta que Papá Noel era alto, flaco, andaba a pata y se vestía con los últimos colores de la moda: verde, azul, negro y amarillo. ¿Que te pasó en el camino, Nicolás?. Te pasó el capitalismo por encima. En efecto, Coca-Cola es la responsable de la imagen actual de aquél pretérito santo solidario. El ideólogo del aggiornamiento se llamó Haddom Sundblom, un ilustrador de Coca-Cola que aborrecía el sabor de la bebida. El nuevo Nicolás (el gordito Santa Claus) nació en 1931, vistiendo los colores de la marca. El Gordo se puso la camiseta de la empresa. ¿Y que sois ahora, Nicolás?: un gordo rosa, locomotorizado por una pandilla de renos machos, con la mirada cargada de azúcar, barbudo, vestido de rojo y blanco (un rojo descatalogado de la gama marxista-leninista), que sienta sus reales en el Polo Norte (en algún territorio federal de los Estados Unidos) y que regentea en una fábrica de juguetes, a enanos flojitos de papeles previsionales. En fin, un gordito capitalista que desconoce los alcances de la Plusvalía y la alienación de la razón fabril. Historia sumamente conveniente, para los tiempos que corren. Sino imaginemos que le pasaría actualmente a un desgarbado Turco de turbante, vestido de verde, azul, negro y amarillo que pretende colarse por la chimenea de un hogar norteamericano a la medianoche. Y con esa bolsa al hombro; seguro que son armas de destrucción masiva. En principio, al turco lo monocromatizan con un lindo mameluco anaranjado-guantánamo; segundo, todos los pibes se quedarían sin regalos. Todo por la inflexible política de relaciones exteriores del gobierno de Mr. Drunk. ¡Con razón Chavez y su cruzada bolivariana no quieren saber nada con éste Gordito capitalista!. ¿Y que pasa mas allá de Río Grande mirando al Sur?: bueno, acá somos muy universalistas y globalizantes; nos hacen adoptar rapidamente festividades que huelen a Agentes Invasores Culturales (A.I.C.): San Valentín, San Patricio, Halloween. Fiestas del Primer Mundo para una falsa conciencia de clase. Lo curioso, es que desde muy chicos supimos que Papá Noel eran los padres, que muchas veces con magros sueldos, el cansancio de la lucha por la vida y sin ningún recaudo protocolar para evitar hacer ruido en la madrugada, nos dejaban un regalo a los pies de la cama. O un abuelo que fabrica el regalo con sus manos, ajeno a las técnicas publicitarias de las bebidas carbonatadas. Los verdaderos continuadores del espíritu de Nicola di Bari. Es problable que de chicos lo advirtieramos y decidiésemos continuar con el juego. El espíritu del turco está en los gestos y no embotellado sobre la mesa navideña.
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