30 noviembre 2006

Ese Flequillo Fascista

La Uniformización, implica un conjunto estandarizado de patrones que son adoptados por los miembros de una organización o comunidad mientras participan en una actividad que les es propia. Para Alvin Toffler la Uniformización es una de las consecuencias de la revolución industrial. Llama a éste período La Segunda Ola. Agrega que en todas las sociedades en las que predomine la Segunda Ola, surge de manera natural la burocracia y las corporaciones. También sabemos como la corporación fascista alzó las banderas de la burocracia hasta el extremo, con fines reprochables aunque con una lógica consecuente. Unas adolescentes en un boliche posan ante una cámara. Participan de un ritual serializado. Una contraseña: ese flequillo ladeado, ese flequillo fascista. ¿Cuál es el mensaje emitido?: pertenecemos a una corporación; nos identificamos con esta expresión estética; esta elección nos satisface porque nos da seguridad y somos aceptados. El Corporativismo Adolescente, con sus parámetros estéticos rígidos y homogéneos arroja una invectiva shakesperiana: Ser o no ser. O pensando en los grandes éxitos del slogan publicitario, pertenecer tiene sus privilegios. ¡Esa es la cuestión!. El problema es que este sentido de pertenencia anula a la identidad. Se gesta un paradoja: nuestra Individualidad sólo será reconocida en tanto quede anulada y ya no manifieste lo que diferencia al Yo del Otro. La transgresión de la pauta se penaliza sutil e informalmente. El que rompa con el corporativismo será inconscientemente descastado, estigmatizado como pseudoparia, multado como Anacronista Estético. Logicamente, el anacronismo estético repercute en las relaciones personales, raleándolas, limitándolas, empujando hasta las fronteras generacionales a aquellos que no logran acceder al código corporativo. Y es en ésta actitud ostracista que se manifiesta el fascismo de la moda; el fascismo está bajo el flequillo. Pero aún en las corporaciones encontramos ciertas castas, ciertos niveles de dominio del lenguaje. En el caso del fascismo capilar, están las dueñas del discurso: aquellas que nacieron para llevar el uniforme y cuya materia prima (el pelo) se presta dócil para el dictado de los dogmas de la vanguardia corporativa adolescente; luego están aquellas que deben redoblar esfuerzos para reproducir el discurso, ya que su medio expresivo (el pelo, claro) se rebela contra el corporativismo, quizá en un reflejo atávico que reclama libertad de empresa. Son las pardas que empardan. Su voluntad es recompensada, aún cuando no signifique un discurso superador. Es que el discurso nunca se supera, sólo muta. El fascismo corporativo adolescente establece: o cambiamos todos, o no se cambia nada. Los otros ropajes que completan el imaginario adolescente tienen la misma simbología y status. Se sabe que por medio de la ropa intercambiamos informaciones elementales, como nuestra situación social o profesional, nuestra "clase de edad", inclusive nuestro estado de ánimo. La Corporación Adolescente fabrica un único discurso estético, un monopolio informativo tendiente a la estandarización, donde todo se reduce a nada. Remeras a rayas, camperas con puños, charreteras y cuello mao (que justamente como Mao, anula la individualidad, ordena la masificación), botas All Stars. ¿El resultado?: una generación estereotipada, anodina, esclava de un antidiscurso, masificada pero no solidaria, carente de sentido crítico y personalidad, clasista, consumista, estético-fascista.