28 noviembre 2006

El Guerrero Amable

Hay algo que Werner Herzog en su documental "Grizzly Man" no pretende ocultar: Timothy Treadwell era un Inadaptado. Treadwell no era un biólogo, ni un investigador, ni un científico. Era un subproducto alienado de la era moderna. Era un cruzado solitario, que se dedicó a proteger a los osos pardos del Parque Nacional Katmai en Alaska durante trece años. Al final de su última expedición en 2003 fue comido por el Oso 141, un oso viejo y migrante con el cual nunca había podido establecer un lazo afectivo. Treadwell había sido adicto y alcohólico en su juventud y atribuía su recuperación a la mágica relación que tenía con éstos animales salvajes. Esa es la clave para entender su comportamiento. Los Osos representaban el comienzo de un camino de redención, una proyección salvaje de la sociedad a la que realmente le interesaba pertenecer. En algún momento Treadwell se desencantó con la condición humana y se encaminó en un proceso de animalización, anhelando efectivamente completar el proceso transformativo hacia Oso. Timothy Treadwell deseaba mutar en el animal que le había salvado la vida. También, en el documental se lo ve sollozante, acariciando un zorro y agradeciéndole por su amistad. Confraternidad primitiva. Repeditas veces se lo escucha enfático: "¡moriría por éstos animales!, ¡moriría por éstos animales!, ¡moriría por éstos animales!". La muerte es continuamente invocada, para advertir y recordar que aunque el vasto paisaje nos transmita paz y sosiego, aunque la naturaleza nos distraiga con su faceta más vital, hay un contrapeso que hace girar la rueda, el anverso de la moneda; Traedwell interpela al espectador: "si intentaran acampar en éste lugar, ¡ustedes morirían aquí!". No obstante, Treadwell ve en la naturaleza de los animales que ama, una cualidad que cree malinterpretada por el resto del género humano. Como en la tesis rousseauneana, el Oso sería un "buen salvaje" incomprendido por el Hombre. Allí está la misión de Treadwell: ser el intérprete entre dos naturalezas mientras que las protege, aunque su vida se pierda en el intento. Herzog se parcializa en éste punto: para él la visión rousseauneana no es válida; dice que personalmente no ve rastros de amabilidad en los ojos de un oso. Para él no hay más que la mirada vacía de un imponente animal cuyo único interés es procurarse comida. El equilibrio y la belleza de la naturaleza no son producto de una visión idílica sobre la evolución de las especies, sino que el conflicto, la depredación y el asesinato son el verdadero motor evolutivo. Eros y Thanatos. De esta manera, focalizar en el evidente racimo de patologías de Treadwell es una pérdida tiempo, significa privarse de otro claro mensaje que ofrece Herzog: como Fitzcarraldo y el peso de sus sueños, como Aguirre y su fiebre conquistadora, como Kaspar Hauser y su visión de la caravana, como Stroszcek y su último viaje en monorriel, lo sobrecogedor es la voluntad de vivir y la voluntad de morir. Todas las personalidades retratadas en las Obras del director son coincidentes con respecto a la intensidad, la obsesión, el derrumbe, la pulsión suicida y la entrega. El Hombre Oso requisitaba esos aspectos. Y quizá uno deba quedarse allí, testificando ante la pantalla sobre la vida y la muerte de una persona que sentía una hipersensibilidad y una hipernaturaleza; que estableció un personal código de amor y respeto con sus animales, un guerrero amable que prefería morir antes que defenderse de sus semejantes putativos.